miércoles, 7 de junio de 2023

Hambre (Relato inapetente sobre una tercia de platos y un plato más)


«No hay amor más sincero que el amor a la comida» 
George Bernard Shaw

Hace un mes se llevó sus tres platos, aunque en realidad eran cuatro. Entiendo que eran valiosos o algo así. 
Lo cierto es que luego de extraerlos consigo, ocurrió en mí un fenómeno desconcertante.  
El primer plato se llevó mi entremés. El segundo la sopa. El tercero, como es de esperarse, el plato fuerte y el cuarto (ese que no contaba) el postre.
Si los platos tenían algún valor para ella, para mí lo tenían de una manera muy distinta. Parece que simbolizaban, de manera fisiológica, el más puro y genuino acto de convivencia familiar. Ese momento que hace de una casa un hogar. El simple y humano acto de comer.
Con su extracción se fue entonces mi apetito. Se me acabó el hambre. Perdí el interés por nutrirme y dejé de comer.
Ni entremés, ni sopa. Ni plato fuerte o postre.
Se llevó sus tres platos (que en realidad eran cuatro) y al salir por la puerta se llevó también consigo mi apetito por vivir. Se me quitó el hambre de ser feliz.

jueves, 30 de marzo de 2023

Fé. Riesgo.


En aquella cavidad habitan más de 700 especies diferentes de bacterias. Al menos 10 millones de microorganismos y sin dudarlo, los dos se toman por el cuello, se besan. 

Dos tercios del Tate Modern (Anécdota medrosa sobre exorcismos fotográficos)

Era una foto horrenda. Maldita. En formato espectacular ocupaba dos tercios de la enorme pared blanca en el sótano del Tate Modern en Londres. 

La imagen palpitaba. La escena exudaba oscuridad y miedo. Terror puro en 24 mm. No, no es lo peor que he visto pero si es probablemente lo más perturbador que he presenciado. 

En blanco y negro la escena demoniaca, la posesión, el cuerpo contrahecho y giboso, los ojos en blanco, las pieles negras, los vestidos de algodón blanco, el vómito, los feligreses aullando, la sangre, el padre rendido y la iglesia en llamas. Una cámara infernal en la tierra capturada por un lente y exhibida para la posteridad. Un vestigio de lo oculto. Prueba viva o muerta. No sé. Prueba inerte de un báratro abominable. Prueba inmóvil de qué existe lo que no queremos ni deseamos que exista. 

El deseo por conectar cada uno de las partes de un contexto, es una práctica humana débil, pero igualmente práctica y efectiva. No sé si aquel

Encuentro con la fotografía tenga algo que ver. No recuerdo al autor. No olvido, sin embargo, que ese mismo día en circunstancias incomprensibles perdí la vista y aquella imagen se quedó en mi psique para siempre.

Era una foto horrenda. Maldita. En formato espectacular ocupaba dos tercios de la enorme pared blanca en el sótano del Tate Modern en Londres. 


Gemela


Nunca subestimes el poder de la obviedad y lo evidente. 
Alétheia

obvio, via
Del lat. obvius.
1. adj. Que se encuentra o pone delante de los ojos.
2. adj. Muy claro o que no tiene dificultad.

evidente
Del lat. evĭdens, -entis.
1. adj. Cierto, claro, patente y sin la menor duda.
2. adv. U. como expresión de asentimiento o confirmación. —Te parece injusto, claro. Evidente.

Era blanca. No negra, tampoco obscura. Blanca. 
Empero la turba disiente. Algunos gritan ¡es pálida! pero no blanca.  Otros se atreven escupiendo maldiciones ¡Es gris claro… gris, pinche puto, parásito, mantenido… sí, tú, pocos huevos, fascista y ciego inmundo! 
Al fondo, los más cautos racionalizan el supuesto ardid con «cientifismos mágicos»: El blanco, lo blanco, no existe, sólo la luz puede arrojar un blanco casi puro. 
Uno de lentes, muy sosegado, remata con solemnidad displicente:  El blanco es un color acromático, de claridad máxima y oscuridad nula. Perceptualmente es luz intensa constituida por todas las longitudes de onda del espectro visible.
Exacto. ¡Es blanca! digo con serenidad y nuevamente se encienden, dan manotazos, gritan y hierven. 
No es un dilema, un concurso o una justa por la razón. 
No había duda. Aquella declaración era blanca. Todos (ella, ellos y yo) lo sabíamos pero la colorida obscuridad «sic» de la ira, la mentira, la soberbia, el engaño y el descaro nubló activamente sus conciencias y en la penumbra, irónicamente, brillaba aún más. 
Acabaron conmigo en segundos. Mi franqueza hecha jirones. Muerta. A su lado ella permanecía inerte. La honestidad es hermana de la valentía. La verdad es blanca y tiene una hermana gemela. 

Tan poco soy (Ironías)


Basta tan solo una mentira para poner en duda todas las verdades.

H. G. Wells. 


En la intimidad del cuarto de baño me miro al espejo. Ahí permanece, despojado y en absoluta soledad, un cepillo de pelo (a pesar de que soy calvo). 

Sí, soy el etíope más ordinario, el más estándar de todos, enjuto y enceño pero (irónicamente) anoréxico. 

Irónicamente no sé si soy «blanco» de burlas o lástima: nací y crecí siendo zurdo pero perdí justo esa mano, en el 2015, durante la guerra. No hay duda, soy manco.  

En la intimidad del cuarto de baño me miro al espejo. El cepillo llora y yo con él. Ahí permanecemos los dos, despojados y en absoluta soledad.

Princesa (Cuento infantil retro moderno)


Una brisa tenue recorre la calle. El viento frío, apenas perceptible, cruza el umbral de la puerta. Adentro, ella corre. Un frenesí inexplicable la embarga, mientras sube y baja las dos plantas de la moderna casona. 

Una almilla de algodón, una cazadora, un par de botines negros, una pelerina de seda y dos pares de pantalones vaqueros. Subir, bajar. Esperar, entrar, probar, modelar, repetir, decidir. Un ciclo interminable y delirante que le roba la consciencia del tiempo.
El viento arrecia y a su llegada los árboles se agitan, entre enormes polvaredas que ahuyentan a los transeúntes. Él permanece ahí, ahora solo en la calle. Sentado, con el pecho en alto, firme y orgulloso en medio del ventarrón a la espera de la Princesa. Ella no se detiene, sigue ahí. Cachemira y algodón. Lycra, mezclilla y jacquard. 
La tarde se ha transformado en un vendaval y a poco, una tormenta inclemente se desgaja torrencial y feroz del firmamento. Ríos corren, viento y lluvia. Él, incólume y gallardo, no se mueve ni un ápice. 
Un estruendo, dos más. Los truenos agitan la atmósfera y es entonces cuando, ella, recuerda al guardia que espera afuera, bajo la lluvia inclemente. 
La culpa la embarga, como el agua fría que colma el cuerpo del valiente que permanece firme e impasible. Él no se inmuta. Apenas levanta el mentón, saca el pecho y fija la vista en la puerta. Su flamante abrigo dorado está empapado pero su figura escurrida y desaliñada resiste y espera.  
Ella corre. Apura el paso. Cajas, bolsas y demás mercaderías por fin han terminado. Con impaciencia observa por la ventana. La tormenta es terrible y él se ha quedado ahí. 
La Princesa abre la puerta, consternada lo busca con los ojos. Entre la tormenta, él sigue ahí. Atado a una banca justa a la entrada de Zara. “Príncipe”, el joven y fiel Golden Retriever, espera bajo la lluvia.

Histriónico. (Relato breve sobre las aptitudes escénicas de mi muerte)




La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. 
Charles Chaplin (1971). 

Expiré frente al telón. Perecí bajo las luces. Morí en un teatro. 

Justo al final de mi interpretación. En la línea más palpitante y sobrecogedora de mi personaje. Un militar in extremis que sucumbe al silencio y que, súbitamente, lo acoge una sordera implacable. 

Me desplomé ahí, en el escenario, ante un público perplejo y extraviado. Un murmullo, gimoteos y apenas un par de gritos de alarma. Después la confusión y el pandemonio. 

De bruces contra la madera, inmóvil y silencioso. Ahora, no sólo sordo, también mudo. Irónica y definitivamente muerto por la lesión artificial. Realmente por un infarto. Una herida fulminante en el corazón que dejó brotar a mi pecho borbotones descarriados. Sangre que, minutos antes, oscilante trasladaba mi alma por el cuerpo. 

Expiré frente al telón. Perecí bajo las luces. Morí en un teatro. Justo al final de mi interpretación. En la línea más palpitante y sobrecogedora de mi personaje. A pesar de mi impactante desempeño histriónico, de mi dramática realidad, no ocurrió la ovación correspondiente. No vítores o palmas. Ni un aplauso. Sólo silencio. No hay duda, mi muerte no sabe actuar. 

Sabiduría y gravedad. (Oda a Newton).

F = Gm1m2/r2
Ley de Gravitación Universal. Sir Isaac Newton. 

La pierna derecha tropieza al borde del escalón y de un tumbo emprendo el vuelo. He perdido la lucha ante los efectos de la gravedad. El equilibrio desaparece y cada miembro de mi ser se sacude y agita. Los brazos y manos intentan asirse al viento, alcanzar un milagro, sostenerse del aire. Mi torso gira burdo y grotesco, mientras la cabeza emprende la trayectoria directa al parqué de la casa. 
La boca abierta. Los ojos desorbitados y un suspiro de pavor. Una mueca ridícula me acompaña en el camino. 
Por fin. Un golpe sordo y violento. Caigo con potencia al suelo. Primero hincado. Las dos rodillas golpean, plenas y contundentes, contra la madera. Sucumbe el resto del cuerpo y me desplomo sin meter las manos. De rodillas continuo y me inclino vertiginoso. Mi cabeza impacta justo en el vértice de la sien derecha. Después obscuridad y silencio. 
Un segundo y vuelvo a mi. Primero confusión. Después el deseo incontrolable de recuperar la vertical, de erguirme y así lo hago. 
Primero guardo la compostura y con dignidad me recompongo. No hay nadie en casa y sin embargo me avergüenzo. Atribulado doy un par de pasos. Un sabor metálico y salado transforma el ambiente. Un grueso hilo de sangre corre, por mi mejilla izquierda, hasta la boca. Lo mismo ocurre con las rodillas. De dos grandes hendiduras brotan borbotones de plasma obscura y espesa. 
«Estoy herido» digo en voz alta y dolorido me acerco lentamente al espejo en el vestíbulo del departamento. «No pasa nada, no pasa nada» repito nervioso, en espera de ver mi reflejo. 
Ahí estoy. Estropeado totalmente. 
La refracción me estremece. Un músculo blanco y sanguinolento deja ver ambas rótulas y la piel desmembrada.  
Aquello no es lo peor, un enorme tajo circular emana sangre incontenible que inunda mi cara. Un pedazo de piel se ha separado y cae hacia el frente. Todo es sangre. Una escena color bermellón. 
«No pasa nada, no pasa nada» repito nervioso. «Pudo ser peor» me digo convencido. Me poso en el suelo. Suspiro. La sangre no para y yo, con sabiduría insisto «No pasa nada, no pasa nada». 
Averiado y roto no siento dolor. Es cierto, no hay duda, pudo ser peor. 
La pierna derecha tropieza al borde del escalón y de un tumbo emprendo el vuelo. Me he caído. Me he destrozado el cuerpo y también el alma pero lo acepto con cordura y prudencia. No corro, no tiemblo. Aprendo. 
Quizá es la sabiduría que sobreviene a los efectos de la gravedad. La gravedad de Newton y de mis heridas. 

En todos sentidos (Crónica de un titán y un gallinero)


Vivía en una jaula entre paja, mierda y malla de acero. Como una bestia. Su tarea era atroz y cruel pero él parecía disfrutarla. Se le veía ahí, en medio de la granja, un bruno sonriendo bajo el rayo del sol. Un titán lleno de vida. 

El corpulento negro, atolondrado y palurdo, tenía el deber de torcerle el cuello a las gallinas enfermas. 

Aquel verano, sin embargo, la fiebre afectó a varios cientos de ellas y el negro, indiferente, no paró durante dos días. Un crack tras otro mientras apretaba los labios. 

Fue justo cuando le faltaba aniquilar a la última docena que cayó al suelo, de bruces sobre la paja, a un lado del abrevadero. 


Los peones lo observaron con desdén mientras el capataz le confirmaba a su madre, la negra Madela, que el negro había muerto. Infectado por la propia fiebre. Madela no emitió ni un sonido tampoco una lágrima. Lentamente se alejó impasible. 


Vivía en una jaula entre paja, mierda y malla de acero. Como una bestia. Su tarea era atroz y cruel pero él parecía disfrutarla. Se le veía ahí, en medio de la granja, un bruno sonriendo bajo el rayo del sol. Un titán antes lleno de vida. Ahora un negro, en todos sentidos, lleno de muerte. 

viernes, 28 de octubre de 2022

Sentencia de muerte. (Esencia).


Mumufuku murió de viruela, aunque todos aseguran que fue un auto Opel (avanzando sobre Shibuya) lo que le quitó la vida. 

En 1946, Tokio no era la bulliciosa ciudad de hoy y la viruela no tenía remedio. 

El auto a gran velocidad fue una anécdota de mala fortuna. El contagio, 4 años antes, le robó la vista en pleno cruce. La viruela era, en esencia, su sentencia de muerte.


Cinnamon alias Juan Pérez (Ficción nacional sobre el primer Presidente del Mundo)





Es de mentirosos disimular el odio, y de necios divulgar chismes.

Salomón

¡Es como llamarse Juan Perez pero en «idioma judío» cabrón! espeta Robles, mientras le lanza a la cara la licencia y un par de tarjetas de crédito. Un segundo después se escurren las coloridas credenciales de la cartera: la amarilla del gimnasio, la plateada del cine y una color negro mate, la de un club privado para caballeros.  ¡Y le gustan las putas de lujo mi capi! señala Aurelio, mientras huele el plástico con repugnancia. 

En Nueva York todos lo conocen como Cinnamon Cohen. En México es solamente Salo, Salomón Cohen, algo así como Juan Perez pero en «idioma judío». Quién diría que hoy, en pleno centro neurálgico de la nación judía en México, en Avenida Presidente Masaryk, Salo se revolcaría en un charco de su propia sangre, bajo la bota de un militar que, con un sólo movimiento, lo mismo le interroga, amedrenta y tortura. El Canela Cohen, Salo (para los cuates) se pasó de lanza y hoy enfrenta la ley del Talión (original de Hammurabi) por razones para él desconocidas. 

Lo interceptamos justo entrando a Goldstein mi comandante. Se quiso dar a la fuga en su pinche camioneta Toyota. Ya sabe cómo son de marros y amarrados estos pinches judíos. No aguantó ni media cuadra y lo estampamos con el humvee contra la pared del Santander. A ver si no se quejan los de la alcaldía.

Por favor ya cállese Medina y encuere al maricón este. 

Sí comandante, replica el cabo con una sonrisa mordaz y cómplice. 

Salomón Cohen aún escupe coágulos de sangre mientras le arrancan de un tirón la camisa, los pantalones y las bragas de mujer que oculta bajo los jeans. 

¡Uy… Y además puto! Exclama Robles. ¡Esa no te la van a perdonar en la sinagoga cabrón! 

El más joven del linaje Cohen del Polanco del Siglo XXI emite un quejido profundo y largo mientras atesta un par de frases inteligibles en Yiddish. 

Eso te pasa por ponerte hasta la madre y creerte que este es tu-reino-mi-rey. Pues no putito, aquí el «soberanovergalarga» soy yo y te la voy a meter hasta que me digas amado líder o te vuelvas católico, pinche pendejo. Lo que pase primero. Tú dices.

Salomón baja la mirada y empieza a llorar. Le falta el aire, le falta fuerza pero sobre todo le falta dignidad suficiente para enfrentar la humillación, que bajo la protección de una madrugada obscura y brumosa, justo a las 4:30 de la mañana, aún lo apartan de sus miles de correligionarios que atestan casas y edificios, a menos de 20 metros de su complicada situación. 

Tengo frío…Me siento mal oficial, me siento mal suplica con voz entrecortada. ¡Ah, pero para chingarte a Daniela, te sentías a toda madre! ¿verdad? Mira Salo, Salomón pues, a ti no te quedan opciones. Daniela fue tu última inversión y ahora vengo yo a cobrar lo dividendos banquerito de mierda ¿Cómo la ves?

Daniela, la flamante y otrora casta rubia, se había acostado con el Canela, a espaldas de su marido, no más de 3 veces pero el tórrido romance había pasado paulatinamente de lo privado a lo público y Robles, el espía de M (omito su nombre por respeto al cornudo), el «soberanovergalarga» aprovechará la ocasión con creces. Múltiples y profundos cortes en la cara y la cabeza, un dedo roto, dos costilla laceradas y el meñique cercenado fueron el primero de dos pagos en especie que Salomón Cohen tuvo que desembolsar. Seis millones quinientos mil en efectivo fueron parte de la inversión final que su hermana Ana entregó a Medina, apenas la tarde siguiente, para recuperar el cuerpo desnudo y balbuceante de un Cinnamon casi moribundo.

Daniela se divorció de M tres meses después de enterarse del suceso, huyó a Canadá y, dicen, vive infeliz al lado de un acaudalado distribuidor de alfombras y piso, entre todos los lujos y extravagancias que siempre soñó, objetos y viajes que su empleo como influencer orgullosamente le proveen. 

La historia de Robles es muy distinta. Un par de años más tarde se convirtió en diputado y después senador. Lamentablemente su creciente ascenso político se vio sesgado por el músculos chasis de una enorme camioneta Range Rover que, súbitamente, fulminó sus aspiraciones, sus piernas y torso en la esquina de Goldsmith y Masaryk. Qué casualidad tan curiosa. 

La noche aquella no la olvidó nunca el Canela.  Salo extiende la mano y enciende un rarísimo Pall Mall mientras observa cómo el Támesis, obscuro y frío, recorre las entrañas de la capital Británica. 

Quién diría que exactamente 2,190 días después estaría ahí, ocupando la silla como primer Presidente del Mundo.  Sí, leyó bien usted señor o señora lector. El primer presidente del mundo entero. Después de la segunda pandemia.  Después de la guerra y del acomodo político global, sólo hizo falta un héroe que salvara su vida en la guerra, que perdiera una costilla y el dedo meñique, que mostrara con vehemencia las múltiples cicatrices en batalla, que contara sus días en cautiverio a manos de fundamentalistas, que contara anécdotas y tedtalks sobre resilencia, abandono y corazones roto, que hablara de pasión, charcos de sangre y nada de política. 2,190 días después un hombre común no estaba abandonado a su suerte en el piso de Masaryk 103. Hoy estaba en la cima de la historia. Un hombre con motes simples: El Canela, Salo. Salomón Cohen es su nombre, algo así como llamarse Juan Perez pero en «idioma judío». 

Josefa (Crónica abrumadora de una entrevista de trabajo con cocodrilo sintético incluido)



Hay algo muy raro en los zapatos de Josefa. Me desconciertan. El tacón dorado y robusto no combina con el cuerpo alargado del zapato, rojo brillante, que se extiende hasta la capellada de piel de cocodrilo sintético. 

No sé. Tal vez el tobillo prieto, y excesivamente delgado de la mujer, es el que proyecta esa desconcertante ráfaga de mal gusto y sexualidad que soy incapaz de descifrar. ¡Pues claro, es la gorda resbalosa de contabilidad! La misma que puso en duda la veracidad de mis viáticos. La que hace 23 años revisó con miserable diligencia cada ticket, factura y nota de compra, convencida de que mi viaje había sido un fraude. Esa que tenía la misión expresa de exponer «mis malos manejos» ante Basurto, el administrador general. 

Josefa Arely Aréchiga Suárez, la contadora, con sus tacones rojos, sus tobillos de maíz desgranado y cuerpo de cerdo hace temblar su pierna izquierda de manera rítmica, inquieta, casi obscena, mientras me pide un empleo. 

¿Quién chingados te va dar empleo gorda inmunda? Tú que lo revisas todo, lo inspeccionas todo, lo investigas todo, como una rata obesa e insaciable, siempre en búsqueda del error, del pretexto que precede al cadalso del trabajador honesto, del reportero comprometido que sí, efectivamente, tuvo que comprar 2 botellas de güisqui para sobornar al capellán. 

¿Quién te va a dar trabajo panzona, con tus zapatos rojos, tu vestido floreado de polyester beige y ese prendedor de perlita insufrible? ¿Quién puta nefasta? ¡Ni madres, ahora me toca a mi hacerte sudar la gota «gorda»! Ahora me toca darte el tratamiento Basurto de Lux, Josefa Arely cabrona. 

¿Y dónde te ves dentro de 10 años? ¿Aún con nosotros? ¿Casada, con hijos? ¡Claro. Sólo que se case con un puto hipopótamo ciego! grito en mis adentros. 

Josefa estira la mano sobre el escritorio, suspira y responde con una frialdad impasible. No me lo tomes a mal pero preferiría no responder. 

¡Ah cómo no, pinche gorda entaconada! ¡Ahora te friegas! 

Con voz dulce y condescendiente insisto. Por favor, no te apures, estás entre amigos, trabajamos tantos años juntos que puedes contarme lo-que-sea. Al fin y al cabo «vamos a ser colaboradores». ¿No crees? 

Con maldad le lanzó un anzuelo imposible de ignorar. 

Josefa Arely Aréchiga Suárez vuelve a inspirar e incómoda toma valor. ¿Qué en dónde me veo dentro de 10 años? No quiero ser dramática Beto pero, dentro de 10 años, yo creo que estaré muerta. 

No paro del asombro. Permanezco helado e inerte. No emito palabra, ni comentario. Mis ojos buscan escapar: la ventana, la pluma fuente y las notas, la puerta al fondo, la taza de café y eventualmente mi mirada se detiene en sus piernas robustas. Un instante después en sus zapatos rojos. No hay duda, hay algo muy raro en ellos. Me desconciertan. El tacón dorado y robusto no combina con el cuerpo alargado del zapato, rojo brillante, que se extiende hasta la capellada de piel de cocodrilo sintético. 

lunes, 9 de septiembre de 2019

Tropelía (Fragmentación)

Un estruendo diminuto (apenas perceptible) y sobreviene el dolor. La puerta atrapa con rigor sus dedos pero aquello no le aqueja. No hay huesos rotos esta vez. 
Quién lo diría, los músculos más fuertes se fragmentan fácilmente con un poco de alcohol y violencia. Los huesos son más resistentes que el corazón. 

martes, 8 de mayo de 2018

55 metros (Recuerdos y pintura acrílica)


La mano derecha empuña la navaja contra la barra de acero.  Con sorprendente destreza graba 2 letras. “RG” puede leerse en una caligrafía nerviosa, casi infantil. 
Los ojos del guardia no se apartan de sus manos. Entre llantos suspira, toma una bocanada y regresa el instrumento a su dueño. 
Minutos después la celda se colmará de gente. Celadores, periodistas, representantes de derechos humanos y un clérigo se apretujan con precisión, evitando tocar al condenado.  

55 metros de procesión silenciosa hasta la puerta del pequeño anfiteatro en el sótano de la prisión. Más adelante el final o el principio, nadie la sabe. Sólo quedará el vestigio de un par de letras grabadas sobre la reja, un testamento que, al igual que él, se borrará de la memoria del mundo 2 días después, cuando una capa pintura aniquile también su recuerdo. 

Venganza (Crónica del Síndrome del nodo enfermo).





Depresión, hipertensión, arritmia, estrés y un último trago de refresco de cola. Un infalible cóctel y después sobreviene la embolia. La cabeza revienta sin aviso alguno. La pierna izquierda se colapsa y de inmediato se viene abajo. El cuerpo inerte yace 8 escalones abajo y ella sonríe satisfecha. Ha caído en la trampa. 

“Las complicaciones de la diabetes son perversas” murmura. Él aún sostiene la botella de Coca-Cola en la mano izquierda. Suspira con alivio, acabó con él. Por fin le ha quitado todo. La chispa de la vida se apaga. Su muerte le sabe bien. No hay duda, la venganza es dulce. 

Asta aquí.




La bandera se ha rasgado. Existo más allá de ti. Estoy, contigo o sin ti.

Elixir para la tristeza incurable


Una guerra se libra a tragos. La cruzada inútil por encontrar el Santo Grial que, ya en mis manos, se colma día y noche. La paz no llega. El mal lo ha corrompido todo. No hay elixir para la tristeza incurable. 

viernes, 8 de septiembre de 2017

Dimensión

Un coloso, un titán, un monstruo. Ayer maté a un gigante con un sólo dedo. No, no sabía de qué tamaño era yo. 



De un sólo tiro (72 horas)

Inquieto, el Alazán tostado relincha a lo lejos. La rienda rasgada aún atada al poste, justo a un lado del abrevadero. Después de 2 días, las espadas y el pecho del enorme equino sangran por intentar liberarse.
Ni un alma al lado del pozo. El vaquero yace inerte a un lado del animal. Quién lo iba a decir, se hizo justicia. Nadie cobrará recompensa. La bala dio en el blanco y 72 horas después un Alazán y un cuatrero perderán la vida por un solo disparo. 

Caramelo

Amelia sonríe. El enorme moño rojo cubre casi todo su rizada cabellera. 
Montse está a su lado. Los labios azules. La mirada perdida. 
El caramelo no llego a su destino y su mejor amiga aún piensa que aquello es solo una broma.