Es de mentirosos disimular el odio, y de necios divulgar chismes.
Salomón
¡Es como llamarse Juan Perez pero en «idioma judío» cabrón! espeta Robles, mientras le lanza a la cara la licencia y un par de tarjetas de crédito. Un segundo después se escurren las coloridas credenciales de la cartera: la amarilla del gimnasio, la plateada del cine y una color negro mate, la de un club privado para caballeros. ¡Y le gustan las putas de lujo mi capi! señala Aurelio, mientras huele el plástico con repugnancia.
En Nueva York todos lo conocen como Cinnamon Cohen. En México es solamente Salo, Salomón Cohen, algo así como Juan Perez pero en «idioma judío». Quién diría que hoy, en pleno centro neurálgico de la nación judía en México, en Avenida Presidente Masaryk, Salo se revolcaría en un charco de su propia sangre, bajo la bota de un militar que, con un sólo movimiento, lo mismo le interroga, amedrenta y tortura. El Canela Cohen, Salo (para los cuates) se pasó de lanza y hoy enfrenta la ley del Talión (original de Hammurabi) por razones para él desconocidas.
Lo interceptamos justo entrando a Goldstein mi comandante. Se quiso dar a la fuga en su pinche camioneta Toyota. Ya sabe cómo son de marros y amarrados estos pinches judíos. No aguantó ni media cuadra y lo estampamos con el humvee contra la pared del Santander. A ver si no se quejan los de la alcaldía.
Por favor ya cállese Medina y encuere al maricón este.
Sí comandante, replica el cabo con una sonrisa mordaz y cómplice.
Salomón Cohen aún escupe coágulos de sangre mientras le arrancan de un tirón la camisa, los pantalones y las bragas de mujer que oculta bajo los jeans.
¡Uy… Y además puto! Exclama Robles. ¡Esa no te la van a perdonar en la sinagoga cabrón!
El más joven del linaje Cohen del Polanco del Siglo XXI emite un quejido profundo y largo mientras atesta un par de frases inteligibles en Yiddish.
Eso te pasa por ponerte hasta la madre y creerte que este es tu-reino-mi-rey. Pues no putito, aquí el «soberanovergalarga» soy yo y te la voy a meter hasta que me digas amado líder o te vuelvas católico, pinche pendejo. Lo que pase primero. Tú dices.
Salomón baja la mirada y empieza a llorar. Le falta el aire, le falta fuerza pero sobre todo le falta dignidad suficiente para enfrentar la humillación, que bajo la protección de una madrugada obscura y brumosa, justo a las 4:30 de la mañana, aún lo apartan de sus miles de correligionarios que atestan casas y edificios, a menos de 20 metros de su complicada situación.
Tengo frío…Me siento mal oficial, me siento mal suplica con voz entrecortada. ¡Ah, pero para chingarte a Daniela, te sentías a toda madre! ¿verdad? Mira Salo, Salomón pues, a ti no te quedan opciones. Daniela fue tu última inversión y ahora vengo yo a cobrar lo dividendos banquerito de mierda ¿Cómo la ves?
Daniela, la flamante y otrora casta rubia, se había acostado con el Canela, a espaldas de su marido, no más de 3 veces pero el tórrido romance había pasado paulatinamente de lo privado a lo público y Robles, el espía de M (omito su nombre por respeto al cornudo), el «soberanovergalarga» aprovechará la ocasión con creces. Múltiples y profundos cortes en la cara y la cabeza, un dedo roto, dos costilla laceradas y el meñique cercenado fueron el primero de dos pagos en especie que Salomón Cohen tuvo que desembolsar. Seis millones quinientos mil en efectivo fueron parte de la inversión final que su hermana Ana entregó a Medina, apenas la tarde siguiente, para recuperar el cuerpo desnudo y balbuceante de un Cinnamon casi moribundo.
Daniela se divorció de M tres meses después de enterarse del suceso, huyó a Canadá y, dicen, vive infeliz al lado de un acaudalado distribuidor de alfombras y piso, entre todos los lujos y extravagancias que siempre soñó, objetos y viajes que su empleo como influencer orgullosamente le proveen.
La historia de Robles es muy distinta. Un par de años más tarde se convirtió en diputado y después senador. Lamentablemente su creciente ascenso político se vio sesgado por el músculos chasis de una enorme camioneta Range Rover que, súbitamente, fulminó sus aspiraciones, sus piernas y torso en la esquina de Goldsmith y Masaryk. Qué casualidad tan curiosa.
La noche aquella no la olvidó nunca el Canela. Salo extiende la mano y enciende un rarísimo Pall Mall mientras observa cómo el Támesis, obscuro y frío, recorre las entrañas de la capital Británica.
Quién diría que exactamente 2,190 días después estaría ahí, ocupando la silla como primer Presidente del Mundo. Sí, leyó bien usted señor o señora lector. El primer presidente del mundo entero. Después de la segunda pandemia. Después de la guerra y del acomodo político global, sólo hizo falta un héroe que salvara su vida en la guerra, que perdiera una costilla y el dedo meñique, que mostrara con vehemencia las múltiples cicatrices en batalla, que contara sus días en cautiverio a manos de fundamentalistas, que contara anécdotas y tedtalks sobre resilencia, abandono y corazones roto, que hablara de pasión, charcos de sangre y nada de política. 2,190 días después un hombre común no estaba abandonado a su suerte en el piso de Masaryk 103. Hoy estaba en la cima de la historia. Un hombre con motes simples: El Canela, Salo. Salomón Cohen es su nombre, algo así como llamarse Juan Perez pero en «idioma judío».
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