Golpea la puerta con furia. Los ojos inyectados, el puño contraído. Está ahí para exigir justicia ¡Quedamos a las doce! Grita con enfado ¡Las doce! Repite, señalando con el dedo en su desvencijado reloj de pulso. Ahí está, esperando a que alguien abra para reclamar su infortunio. Pobre Cenicienta, no sabe que el Relojero Real y el Hada Madrina se han escapado juntos y ella, una vez más, no ha llegado a tiempo.
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