viernes, 28 de octubre de 2022

Sentencia de muerte. (Esencia).


Mumufuku murió de viruela, aunque todos aseguran que fue un auto Opel (avanzando sobre Shibuya) lo que le quitó la vida. 

En 1946, Tokio no era la bulliciosa ciudad de hoy y la viruela no tenía remedio. 

El auto a gran velocidad fue una anécdota de mala fortuna. El contagio, 4 años antes, le robó la vista en pleno cruce. La viruela era, en esencia, su sentencia de muerte.


Cinnamon alias Juan Pérez (Ficción nacional sobre el primer Presidente del Mundo)





Es de mentirosos disimular el odio, y de necios divulgar chismes.

Salomón

¡Es como llamarse Juan Perez pero en «idioma judío» cabrón! espeta Robles, mientras le lanza a la cara la licencia y un par de tarjetas de crédito. Un segundo después se escurren las coloridas credenciales de la cartera: la amarilla del gimnasio, la plateada del cine y una color negro mate, la de un club privado para caballeros.  ¡Y le gustan las putas de lujo mi capi! señala Aurelio, mientras huele el plástico con repugnancia. 

En Nueva York todos lo conocen como Cinnamon Cohen. En México es solamente Salo, Salomón Cohen, algo así como Juan Perez pero en «idioma judío». Quién diría que hoy, en pleno centro neurálgico de la nación judía en México, en Avenida Presidente Masaryk, Salo se revolcaría en un charco de su propia sangre, bajo la bota de un militar que, con un sólo movimiento, lo mismo le interroga, amedrenta y tortura. El Canela Cohen, Salo (para los cuates) se pasó de lanza y hoy enfrenta la ley del Talión (original de Hammurabi) por razones para él desconocidas. 

Lo interceptamos justo entrando a Goldstein mi comandante. Se quiso dar a la fuga en su pinche camioneta Toyota. Ya sabe cómo son de marros y amarrados estos pinches judíos. No aguantó ni media cuadra y lo estampamos con el humvee contra la pared del Santander. A ver si no se quejan los de la alcaldía.

Por favor ya cállese Medina y encuere al maricón este. 

Sí comandante, replica el cabo con una sonrisa mordaz y cómplice. 

Salomón Cohen aún escupe coágulos de sangre mientras le arrancan de un tirón la camisa, los pantalones y las bragas de mujer que oculta bajo los jeans. 

¡Uy… Y además puto! Exclama Robles. ¡Esa no te la van a perdonar en la sinagoga cabrón! 

El más joven del linaje Cohen del Polanco del Siglo XXI emite un quejido profundo y largo mientras atesta un par de frases inteligibles en Yiddish. 

Eso te pasa por ponerte hasta la madre y creerte que este es tu-reino-mi-rey. Pues no putito, aquí el «soberanovergalarga» soy yo y te la voy a meter hasta que me digas amado líder o te vuelvas católico, pinche pendejo. Lo que pase primero. Tú dices.

Salomón baja la mirada y empieza a llorar. Le falta el aire, le falta fuerza pero sobre todo le falta dignidad suficiente para enfrentar la humillación, que bajo la protección de una madrugada obscura y brumosa, justo a las 4:30 de la mañana, aún lo apartan de sus miles de correligionarios que atestan casas y edificios, a menos de 20 metros de su complicada situación. 

Tengo frío…Me siento mal oficial, me siento mal suplica con voz entrecortada. ¡Ah, pero para chingarte a Daniela, te sentías a toda madre! ¿verdad? Mira Salo, Salomón pues, a ti no te quedan opciones. Daniela fue tu última inversión y ahora vengo yo a cobrar lo dividendos banquerito de mierda ¿Cómo la ves?

Daniela, la flamante y otrora casta rubia, se había acostado con el Canela, a espaldas de su marido, no más de 3 veces pero el tórrido romance había pasado paulatinamente de lo privado a lo público y Robles, el espía de M (omito su nombre por respeto al cornudo), el «soberanovergalarga» aprovechará la ocasión con creces. Múltiples y profundos cortes en la cara y la cabeza, un dedo roto, dos costilla laceradas y el meñique cercenado fueron el primero de dos pagos en especie que Salomón Cohen tuvo que desembolsar. Seis millones quinientos mil en efectivo fueron parte de la inversión final que su hermana Ana entregó a Medina, apenas la tarde siguiente, para recuperar el cuerpo desnudo y balbuceante de un Cinnamon casi moribundo.

Daniela se divorció de M tres meses después de enterarse del suceso, huyó a Canadá y, dicen, vive infeliz al lado de un acaudalado distribuidor de alfombras y piso, entre todos los lujos y extravagancias que siempre soñó, objetos y viajes que su empleo como influencer orgullosamente le proveen. 

La historia de Robles es muy distinta. Un par de años más tarde se convirtió en diputado y después senador. Lamentablemente su creciente ascenso político se vio sesgado por el músculos chasis de una enorme camioneta Range Rover que, súbitamente, fulminó sus aspiraciones, sus piernas y torso en la esquina de Goldsmith y Masaryk. Qué casualidad tan curiosa. 

La noche aquella no la olvidó nunca el Canela.  Salo extiende la mano y enciende un rarísimo Pall Mall mientras observa cómo el Támesis, obscuro y frío, recorre las entrañas de la capital Británica. 

Quién diría que exactamente 2,190 días después estaría ahí, ocupando la silla como primer Presidente del Mundo.  Sí, leyó bien usted señor o señora lector. El primer presidente del mundo entero. Después de la segunda pandemia.  Después de la guerra y del acomodo político global, sólo hizo falta un héroe que salvara su vida en la guerra, que perdiera una costilla y el dedo meñique, que mostrara con vehemencia las múltiples cicatrices en batalla, que contara sus días en cautiverio a manos de fundamentalistas, que contara anécdotas y tedtalks sobre resilencia, abandono y corazones roto, que hablara de pasión, charcos de sangre y nada de política. 2,190 días después un hombre común no estaba abandonado a su suerte en el piso de Masaryk 103. Hoy estaba en la cima de la historia. Un hombre con motes simples: El Canela, Salo. Salomón Cohen es su nombre, algo así como llamarse Juan Perez pero en «idioma judío». 

Josefa (Crónica abrumadora de una entrevista de trabajo con cocodrilo sintético incluido)



Hay algo muy raro en los zapatos de Josefa. Me desconciertan. El tacón dorado y robusto no combina con el cuerpo alargado del zapato, rojo brillante, que se extiende hasta la capellada de piel de cocodrilo sintético. 

No sé. Tal vez el tobillo prieto, y excesivamente delgado de la mujer, es el que proyecta esa desconcertante ráfaga de mal gusto y sexualidad que soy incapaz de descifrar. ¡Pues claro, es la gorda resbalosa de contabilidad! La misma que puso en duda la veracidad de mis viáticos. La que hace 23 años revisó con miserable diligencia cada ticket, factura y nota de compra, convencida de que mi viaje había sido un fraude. Esa que tenía la misión expresa de exponer «mis malos manejos» ante Basurto, el administrador general. 

Josefa Arely Aréchiga Suárez, la contadora, con sus tacones rojos, sus tobillos de maíz desgranado y cuerpo de cerdo hace temblar su pierna izquierda de manera rítmica, inquieta, casi obscena, mientras me pide un empleo. 

¿Quién chingados te va dar empleo gorda inmunda? Tú que lo revisas todo, lo inspeccionas todo, lo investigas todo, como una rata obesa e insaciable, siempre en búsqueda del error, del pretexto que precede al cadalso del trabajador honesto, del reportero comprometido que sí, efectivamente, tuvo que comprar 2 botellas de güisqui para sobornar al capellán. 

¿Quién te va a dar trabajo panzona, con tus zapatos rojos, tu vestido floreado de polyester beige y ese prendedor de perlita insufrible? ¿Quién puta nefasta? ¡Ni madres, ahora me toca a mi hacerte sudar la gota «gorda»! Ahora me toca darte el tratamiento Basurto de Lux, Josefa Arely cabrona. 

¿Y dónde te ves dentro de 10 años? ¿Aún con nosotros? ¿Casada, con hijos? ¡Claro. Sólo que se case con un puto hipopótamo ciego! grito en mis adentros. 

Josefa estira la mano sobre el escritorio, suspira y responde con una frialdad impasible. No me lo tomes a mal pero preferiría no responder. 

¡Ah cómo no, pinche gorda entaconada! ¡Ahora te friegas! 

Con voz dulce y condescendiente insisto. Por favor, no te apures, estás entre amigos, trabajamos tantos años juntos que puedes contarme lo-que-sea. Al fin y al cabo «vamos a ser colaboradores». ¿No crees? 

Con maldad le lanzó un anzuelo imposible de ignorar. 

Josefa Arely Aréchiga Suárez vuelve a inspirar e incómoda toma valor. ¿Qué en dónde me veo dentro de 10 años? No quiero ser dramática Beto pero, dentro de 10 años, yo creo que estaré muerta. 

No paro del asombro. Permanezco helado e inerte. No emito palabra, ni comentario. Mis ojos buscan escapar: la ventana, la pluma fuente y las notas, la puerta al fondo, la taza de café y eventualmente mi mirada se detiene en sus piernas robustas. Un instante después en sus zapatos rojos. No hay duda, hay algo muy raro en ellos. Me desconciertan. El tacón dorado y robusto no combina con el cuerpo alargado del zapato, rojo brillante, que se extiende hasta la capellada de piel de cocodrilo sintético.