Dicen que el Capellán lo vio justo a un lado de la cocina, agazapado entre las cajas de tunas, esperando el cambio de guardia con la mirada clavada en el muelle.
Marcelo y Tomás se encargaron del resto y hoy está de nuevo aquí, entre nosotros, inmóvil.
Yo creo que se ha muerto porque la piel se le mira gris y acerada. Los ojos lúgubres, la respiración ausente.
Pobre Mario, quería conocer el mundo y no volverá a casa. Vivo o muerto se quedará a cumplir la sentencia que él mismo se propinó al tomar la decisión de subir, sin invitación alguna, a este barco con destino a las Islas Marías.
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