Lo golpea. Lo arrastra. Lo agita incontrolablemente y después vuelve a apalearlo, esta vez contra la pared. No responde. No reacciona. Desesperado lo arroja hasta el fondo, como una basura, y va por uno más. Lo mismo ocurre. Ninguna señal, ni un soplo de vida.
Uno a uno pasan por sus manos pero parece ser muy tarde. Como un gigante, los toma a todos y los lanza de un solo hasta el cesto.
Presos de la caja de cartón, los bolígrafos han decidido escapar y su plan ha funcionado.
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