(Ensayo accidentado y estrecho sobre el saber y la libertad, sobre una esponja humana)
“Membra sumus córporis magni”
Somos miembros de un gran cuerpo
Séneca
La tesis de Vera Wang fue contundente: “la inteligencia aprisiona y limita, conocer es un privilegio que no libera y en su lugar recluye. Saber es una pesada y a veces dolorosa carga” me decía una y otra vez con una sonrisa demoledora. La premisa de la diminuta y espigada mujer no era, en un afán antagonista, considerar a la ignorancia como un bien definitivo pero sí reconfortante y en “algunos casos” deseable.
Wang de apenas 21 años pertenecía a una rara liga de jóvenes intelectuales que, en pleno desarrollo, levantaban banderas radicales en un tono a veces reflexivo e invitante otras muchas francamente desafiantes. La búsqueda por mayor conocimiento, contrario a su propia tesis, era el motivo del discurso, la sed por una libertad de conciencia producto de la adquisición de nuevos ángulos intelectuales era evidente. Vera era una esponja humana.
El precepto orgánico del “Concepto Wang” (como habría de llamar a la teoría) era simple y extremo pero igualmente revelador. Existe una conexión “antagónica” entre la conciencia de libertad y la ignorancia, saber que ignoras es preveerse libre. La otra fórmula contrapuesta: saber que conoces es saberse cautivo. En esencia el juego de palabras puede parecer inútil, casi estéril, pero la verdad intrínseca de la posición es indisputable, tanto que abre las puertas a dos concepciones que por mucho tiempo creí prohibidas.
Pensar es “pesar”. Razón es “ración”
La ignorancia y la ingenuidad como semilla de la realidad única.
En toda la extensión del campo léxico de la palabra “pensar”, siempre se incurre en el concepto “pesar”. No deseo hacer comparaciones inmediatas pero, casi por azar, el origen de la palabra es precisamente aquel que Wang exhibe de manera ingenua. Pensar es pesar o al menos así podemos observarlo. La palabra pensar proviene del verbo pendere / pensum, que significa pender, colgar, haciendo referencia a la "romana", un instrumento de pesar que usaban los romanos y que consistía en una barra horizontal de uno de cuyos extremos pendía aquello que se quería pesar. Este término por tanto hace referencia al pesaje, en el que incidirá con más fuerza la palabra "ración" de la que deriva "razón". De ahí se deduce que el significado original estricto de pensar es "pesar" y que los pensamientos son una sucesión de "pesajes" indispensables para tomar una decisión.
El doble propósito, aquello que pesa delimita el concepto de pesadumbre pero también la sensación de ponderación o reflexión.
Sin demasiado apego al significado original podemos deducir que pensar, en su naturaleza conceptual, es el peso de las raciones (razones) de conocimiento, una “carga” que todos debemos estibar en nuestra conciencia.
¿Para qué cargar ese peso? ¿Con qué propósito? Las respuestas pueden ser tantas que no me atrevo siquiera a rozarlas. Todas ellas estriban en los pilares del desarrollo, la experiencia y hasta el concepto de humanidad contra el de animalidad. No es necesario abordar esos terrenos porque al respecto las opiniones, los “pensamientos” serían infinitos.
La ignorancia por tanto brinda una oportunidad inmaculada a la existencia humana, prevee una ingenuidad que no duele y no sufre, una pureza peligrosa y codiciable.
Si bien la percepción sensorial, el conocimiento práctico, la verdad reflexiva o la experiencia estimulan, por mera naturaleza humana, la adquisición automática y permanente de conocimientos, la voluntaria búsqueda de nueva información ofrece más alternativas de la realidad y por ello la realidad evidente, la realidad “ingenua”, la “realidad única” desaparece.
Die Welt als Wille und Vorstellung y otros descubrimientos
La ignorancia como recurso libertario
Reducida a la simple capacidad de decidir aquello que se quiere, la libertad es un concepto que a la “Wang” resulta obstaculizado por el saber. Si bien el conocimiento permite poseer distintas y variadas alternativas de la realidad que conduzcan a mayores recursos de decisión, la prolongada acumulación de preceptos redundaría en demasiadas alternativas de decisión que, supuestamente, derivarían en un caos interno y una angustia intelectual. ¡Vaya felicidad la de Arthur Schopenhauer al leer estas líneas! Se presume necesaria, como el propio autor alemán declarase en su Die Welt als Wille und Vorstellung la autonegación del yo, una tarea demasiado espiritual para mis limitados recursos existenciales.
Quizá es el más arriesgado de los preceptos “Wang”, que abona a la libertad una necesaria falta de conocimiento, el que más dudas siembra. Su oferta, descubierta desde los fundamentos del hinduismo hasta las plumas de Nietzsche, Mann, Wittgenstein, Vaihinger, von Hartmann y Proust, tiene cientos de años en construcción y aún, como ella lo hiciera, insistimos en desafiarla.
Saber implica una responsabilidad sobre lo conocido y esa responsabilidad merma las capacidades de decisión, la oportunidad de actuar, limita evidentemente la libertad. La vida impulsiva, incluso instintiva, adquiere un ángulo consciente que atrofia la autonomía y la independencia. El conocimiento se transforma en una liga indeleble con la realidad desde todos sus ángulos. ¿Quién puede, en la medida de sus propias capacidades, ver al mundo en esa esférica dimensión? ¿Existe alguien que posea todos los ángulos? Tal vez sólo (y es pura imaginación) las plantas, los animales y los recién nacidos tengan ese privilegio. Una vez más la verdad del conocimiento destruye el precepto liberal. En eso términos, desde esta neófita (y mezquina) visión, ignorar es el recurso libertario por excelencia.
La idea no me satisface pero es probable incluso plausible.
Presente: El resultado
Debo admitir que su dimisión era previsible y 8 años después, para mi mala fortuna, pude ser testigo de un cambio (eso sí) en los preceptos éticos de Vera. El nuevo nombre de diseñadora de modas inclinó su balanza a un mundo más predecible, tradicional y confortable. Para ella la revolución de las ideas dio paso a la comodidad de la rutina. Las nuevas experiencias ya no eran cotidianas.
De alguna manera y sin así quererlo, Vera se entregó a su propio proyecto, decidió ignorar y jamás nunca conocer, decidió decirle adiós a las ideas, a las conocimientos, al mundo del que creía yo estaba hecha. No hay duda, la envidió, al menos ella (como muchos ciudadanos del mundo) vive el privilegio de ignorar a voluntad y no hay nada, ni nadie, que se lo impida. ¡Vera es libre!
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