Sí, estoy a favor de la actual cultura del odio. Todo individuo (y por ende toda cultura) necesitan un momento de catarsis, una purga, un instante de liberación. Que quede claro, la conflagración no puede ser totalmente organizada, mucho menos inteligente o controlada. El odio en las redes sociales, en eventos y campañas es la más pura muestra de nuestra naturaleza animal y pretender luchar contra ella es absurdo. Para que la rueda avance necesita encontrarse con el piso. Ese momento de fricción violenta es el que estamos viviendo. Es francamente ingenuo esperar que una revolución, un cambio, se base únicamente en los hechos y las ideas y no en las descalificaciones, las intrigas y los enredos. La historia nos ha enseñado que no hay nada de honorable, inteligente o espiritual en una movilización verdadera. El intelecto nunca se sobrepone a la fuerza del cambio. Aunque no creo en la violencia, estoy a favor de esta cultura porque es un razgo inequívoco de que México está cambiando, de que dejamos de ser pasivos y amables para participar, actuar y enfrentar, a veces de la única manera disponible, a través del odio verbal ¿Consecuencias? Sí, la sombra de la violencia, del encuentro físico está rondado, pero qué podíamos esperar ante el desencanto de más 100 millones de personas. Prefiero aguardar al encono y la división que atestiguar la perpetuidad de la indiferencia y la insatisfacción. Miro con buenos ojos a aquellos que por fin levantan la voz, que violentos, desorganizados, poco propositivos y torpes se atreven a asumir un rol en el juego del cambio. No alabo sus métodos ni promuevo sus tácticas, pero las comprendo, las tolero y de alguna manera las defiendo. Las revoluciones las crean los intelectuales pero las pelean y ganan las mujeres y hombres comunes. Personas que como tú y yo, un día decidieron dejar de pensarlo, para marchar y odiar, para hacer de la hostilidad la materia primigenia de la transformación. Qué lástima que hayamos llegado a este punto, qué bueno que, arrastrados por la apatía, despertemos con violencia y coraje de la pesadilla. Adelante a quienes podamos contribuir con ideas. Buena fortuna a los que con torpeza se lanzan al ruedo para tomar al toro por los cuernos. La calma llegará a puerto, pero es inevitable que en el camino atestigüemos una gran tormenta. Sí, estoy a favor de la actual cultura del odio. Todo individuo (y por ende toda cultura) necesitan un momento de catarsis, una purga, un instante de liberación. Para que la rueda avance necesita encontrarse con el piso y hoy, México, inicia la marcha, parece que entre gritos y sombrerazos nuestra nación ha emprendido el camino.
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