Entre un mar de sonrisas y abrazos, se mantiene firme y solemne. Todos lo admiran y sin embargo, permanece absorto, mirando melancólico por la ventana. Ahí está, con la vista clavada allá afuera, los ojos perdidos en el bosque, el alma balanceándose al vaivén de las ramas. Cómo le gustaría estar ahí, lejos del bullicio, lejos del dolor que lo desangra poco a poco. Mientras todos celebran, el árbol de Navidad muere, preso en un departamento con una inmejorable vista al campo de gol.
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